Cuando ingresan en el sistema educativo, a menudo son considerados estudiantes “problemáticos” y, si el profesorado no recibe apoyo, puede encontrar grandes dificultades para saber cómo gestionar la situación. La presencia de uno o más niños o niñas con experiencias infantiles adversas puede suponer un aumento de las exigencias laborales y de los recursos a desplegar por parte del o la docente.
Particularmente complicado resulta cuando los abusos o situaciones adversas que han marcado su desarrollo no son aún explícitas y es difícil interpretar sus comportamientos “perturbadores” o el que estén completamente ausentes en clase. Pero también puede ocurrir cuando los problemas del alumno o alumna ya son explícitos.
Coordinarse para abordar la situación con la dirección del centro y otros/as profesionales que ya están implicados con el niño o niña (psicólogo/a, pediatra, trabajador/a social, educador/a…) implica añadir una carga de trabajo extra.
En el trabajo docente siempre es importante cuidar el propio bienestar emocional y relacional. Los principales riesgos profesionales para el profesorado provienen de las relaciones con el alumnado, al igual que las mayores oportunidades. Esto se amplifica cuando nos enfrentamos a niños y niñas que están mostrando comportamientos relacionados con experiencias traumáticas en el aula.
En algunos casos, el profesorado puede sentirse demasiado involucrado, impotente, exasperado o demasiado responsable de lo que está sucediendo. Estos sentimientos pueden prolongarse en el tiempo y la experiencia puede resultar agotadora y perjudicial para su bienestar psicofísico. Las necesidades de los niños y niñas que sufrieron experiencias infantiles adversas (ACE, por sus siglas en inglés) y el acompañarles en su dolor y sufrimiento día tras día pueden suponer todo un desafío.
¿Qué pueden hacer los y las docentes para cuidarse y prevenir situaciones de estrés excesivo y burnout?
Es esencial ser consciente de cómo las ACE pueden influir en el comportamiento y los pensamientos de algunos niños y niñas.
Esta conciencia puede ayudar a desarrollar una mayor sensibilidad a la variedad de necesidades y demandas expresadas por el alumnado. Ser consciente de las consecuencias de las experiencias adversas en la primera infancia proporciona herramientas para enmarcar e interpretar correctamente la forma en que algunos niños y niñas se comportan o reaccionan.
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